La tarea de educar presupone en quien la ejercita un mínimo de cualidades personales de competencia, actitudes, ilusión profesional e interés por mejorar de continuo la propia formación, junto a la madurez personal y equilibrio emocional, indispensable en quien debe orientar a otros.

Se empeña en cuidar los pequeños detalles de delicadeza en el trato -la sonrisa habitual-, el modo de vestir y de expresarse, los pormenores que reflejan tono humano- facilitan el clima de profesionalidad y confianza mutua necesaria.

Tiene deseo en formarse y el espíritu de servicio para atender a cada familia y a cada alumno como si fueran los únicos.

El preceptor es un promotor de autonomía, que no crea dependencias, que fomenta que cada alumno y su familia acepten la responsabilidad de sus decisiones.

Conoce bien las cualidades y limitaciones de cada familia y de cada alumno.

Comprende a los padres y al alumno, es leal y guarda el silencio de oficio.

No se limita a dar buenos consejos. Ante todo, sabe escuchar.